Don Diego López de Haro
hace 7 años · Actualizado hace 6 años
Don Diego López de Haro, según los historiadores, fue uno de los magnates más distinguidos de España, y por el favor que gozó con el rey llegó a desempeñar cometidos de notable relieve. Alfonso VIII, su coterráneo, le nombró su alférez, y después, le hizo señor de Rioja y Nájera. Los autores le titulan también como gran príncipe de la milicia española, general del ejército cristiano y heroico abanderado de las Navas de Tolosa.
Su ejemplo arrastró a muchos caballeros y concejos riojanos a la cruzada de las Navas de Tolosa.
Fue él quien, acompañado únicamente de don García Romero, se determinó a subir, sin más auxilio que un pastor, el escarpado puerto de la Losa, sin cuyo conocimiento previo no se hubiera podido dar la batalla de las Navas. Alfonso VIII le encargó el reparto del botín de guerra, lo que hizo generosamente con todos, no reservándose nada para sí mismo. Al preguntarle admirado el monarca por esta actitud, dicen que respondió don Diego: “No quiero más, Señor, sino que al monasterio de Santa María la Real de Nájera se le devuelvan la villa y honor del puerto de Santoña, que los antepasados de Vuestra Alteza antiguamente le donaron”.
Pero la figura de don Diego, apellidado “el Bueno”, no es interesante solamente en el plano político y militar, sino que supo formarse una corte de juglares y trovadores debido a su espíritu “facetus loqui, discretus”, según las inscripciones de su sepulcro en Santa maría la Real de Nájera, como indica Menéndez Pidal en su obra “Poesía juglaresca”. No debe extrañarnos, pues, hallarlo citado alguna vez en los versos de los trovadores, como ha demostrado Carlos Alvar en su obra “La poesía trovadores en España y Portugal”.
Don Diego murió el 17 de septiembre de 1214, el mismo año que su rey Alfonso VIII. Está enterrado en el claustro de los Caballeros de Santa María la Real de Nájera, en un destacado mausoleo de la última época del románico, bajo un arco plateresco-renacentista posterior.
Antiguamente, cuando se hacían las elecciones municipales en Nájera, el concejo se dirigía solemnemente ante la tumba de don Diego, y allí, ante su sepulcro, cubierto de rico paño y una alfombra a sus pies, se abría el acta, hasta entonces cerrada, y se daba a conocer por primera vez su resultado.
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