Tocando a "nublo"
hace 7 años · Actualizado hace 6 años

En el valle del río Cárdenas, en el valle del Oja, en la comarca del río Tuerto, las casas de los núcleos de población son edificios de tres alturas, construidos en piedra, alineadas en calles torcidas, cuyos colores grises, marrones y ocres son los propios del paisaje.
Entre estas edificaciones tradicionales y comunes aparecen algunos edificios nobles, en piedra de sillería, pequeños palacios, etc. Son poblaciones en las que el ritmo del tiempo parece estar detenido desde aquellos lejanos siglos en los que surgieron al amparo de algún monasterio.
El sonido de la campana, entre la campiña riojana, ha sido durante siglos un código de señales que se atendían y escuchaban. Cronológicamente, indicaban las fases del suceder cotidiano: el alba, mediodía, el ocaso. Las variaciones climáticas inesperadas y otras circunstancias adversas se comunicaban mediante volteos de campanas, cuyos sonidos llegaban hasta los más alejados términos de la jurisdicción.
La impotencia del hombre ante los fenómenos atmosféricos y la incomprensión de los mismos, le impulsaba a incluir esos hechos incontrolables en el universo religioso. Don Melchor Gaspar de Jovellanos, a su paso por La Rioja, comenta en sus diarios : «Hizo frío anoche; tocaron a hielo; aquí se cree que las campanas mandan sobre todos los accidentes naturales del clima y la estación».
El comienzo del trabajo diario se señalizaba con toque de campanas, y coincidía con el toque de alba, al amanecer. Durante el tiempo comprendido entre la festividad dedicada a la Invención de la Santa Cruz, día tres de mayo, y la dedicada a la Exaltación de la Santa Cruz, día catorce de septiembre, los Ayuntamientos contrataban del campanero un servicio llamado «toque de nublo» o «toque a nublado», cuyo cometido era avisar a la población de la presencia de tormentas, del amanecer, de la proximidad del medio día con un toque a las once horas, y del atardecer con el toque de oración.
El toque de alba durante el período de recolección se hacía más tempranamente que durante el resto del año, sonando las campanas ya a las tres horas. En época de vendimia se echaban las campanas a vuelo a las cuatro de la mañana.
En los monasterios los oficios diarios de maitines, laudes, prima, tercia, sexta, nona, vísperas y completas se convocaban a toque de campana. El toque de vísperas del día anterior a las fiestas solemnes, llamado «primeras vísperas», ponía fin a los quehaceres laborales. En otros casos el toque del Ave María, que en las poblaciones con ermitas bajo advocación mariana ejecutaba el ermitaño a las siete horas de la mañana y a las mismas de la tarde, ante las festividades solemnes tenía idéntica finalidad que el toque de primeras vísperas. Don José J. Bautista Merino Urrutia, en su estudio de las Ordenanzas Municipales de Ojacastro del siglo XVI , destacó una referida a la actividad de los «pissones» y molinos, que ilustra este aspecto: «Que no pueden pisar ni moler desde que tañaren al Ave María, vísperas de las fiestas, hasta otro día después de las vísperas, so pena de un real al que lo contrario hiciere para el Fiel, haciendo una señal en la puerta del tal pisson o molino.» Las festividades solemnes eran anunciadas con dos toques de campana, el de «primeras vísperas» en el día anterior y el de «vísperas» o «segundas vísperas» el día de la celebración.
El «toque de nublo» de las once de la mañana, dice Merino Urrutia, servía para advertir a las mujeres de la proximidad del mediodía, momento de dar la última vuelta a los pucheros antes de llevar la comida a las «piezas» donde el marido y los hijos se hallaban trabajando. El paso del tiempo ha llegado a alterar el vocablo y su significación, diciéndose en la comarca de Hervías «toque a nulo» para referir el toque de campanas que se hacía durante la cosecha de cereal a la una de la tarde, todavía en este siglo, y que servía para advertir a las mujeres que llegaba la hora de comer. En Muro en Cameros, donde en siglos pasados se tocaba a nublo según consta en las actas del Concejo, en este siglo los distintos toques de campanas del día se llamaban «a maitines», al que se tocaba por la mañana a las siete u ocho horas; «a comer», al de mediodía, y «a oración», al de la noche, tocándose también en circunstancias de tormenta.
Los asuntos municipales que se debatían en la casa del Común, así las reuniones del Concejo, las deliberaciones, las subastas y remates públicos, la Elección anual de Oficios, etc., se convocaban «a son de campana tañida».
En pequeñas aldeas aún se conserva el estilo de convocar a Concejo mediante toque de campanas. Hasta mediado el siglo XX, el Concejo de las aldeas de Posadas, donde reside el alcalde pedáneo, Ayabarrena y Altuzarra, aldea esta última ya despoblada, se reunían «a son de campana tañida» . La llamada a vereda a los vecinos y otros motivos de interés general, se emplazan de igual manera.
Los hitos de la vida del hombre han sido anunciados a la colectividad siempre mediante toques y volteo de campanas. Ante la inminencia de las ceremonias litúrgicas del bautismo y del matrimonio, tañían las campanas de la parroquia llamando a los interesados. La agonía y la muerte se notificaban especialmente haciendo sonar rítmicamente varias campanas, primero las de tonos altos, terminando con la de sonido más grave con un toque largo.
Las adversidades y las catástrofes, los incendios, también se comunicaban así, aunque para estas situaciones de alarma la llamada se hacía golpeando las campanas con el badajo o volteándolas con celeridad para resaltar la emergencia. Este toque se llama «rebato» o «a rebato», y es similar al de la llamada a misa en las festividades y domingos.
El toque de queda o toque de ánimas se realizaba tres horas después del anochecer, durante todo el año. En Muro en Cameros acordó el Concejo, con fecha 12 de octubre de 1829, restablecer «el tocar a las Animas todas las noches del año, a las ocho en tiempo de invierno y a las nueve en el verano».
En el valle del Oja un vecino recorría el pueblo tocando una campanilla, e iba deteniéndose en cada casa a rezar por las ánimas. Hasta los años 1920, en Casalarreina, esta empresa la realizaba un vecino después de la misa de alba. En Albelda, el animero recorría la población rezando por las ánimas, entrada ya la noche.
Fue también tradición voltear las campanas en la noche del primer día de noviembre, noche de Animas. Quienes solían hacerlo eran los mozos, y la ocasión les proporcionaba motivo para festejarse con ágapes y hogueras; así celebraban esa noche los mozos de La Santa y los de Baños de Río Tobía, aunque la costumbre estuvo arraigada en otras comarcas: «Quince reales que se dan por un refresco a las personas que se buscan para tocar las campanas anoche en Las Animas y Santa Agueda (del capítulo de gastos del Ayuntamiento de Hervías en el año 1752)», y «cuatro reales que se pagan por tocar las campanas noche de Animas y Santa Agueda>> (Gastos del Concejo de la Villa de Negueruela, año 1752. Despoblada a finales del siglo XIX).
El «toque de perdidos» se hacía principalmente en pueblos de la sierra, en temporales de nieve, situación en la que era difícil orientarse y que ocasionalmente complicaba la aparición de «cellina» (viento frío que levanta la nieve polvo y dificulta al visión).
Procedente de las tierras de Soria, se incorporaba al Camino de Santiago una ruta secundaria que discurría por la jurisdicción de Zarzosa antes de descender el valle del Jubera. El santero de la ermita de Santiago de esta población acogía a los peregrinos a Compostela y orientaba con toques de cuerna y campanil su paso por los inmensos hayedos de Monterreal.
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